La navidad (esta
llamada a ser) un tiempo de alegría y de esperanza. De alegría porque en el se
recuerda y agradece la presencia de amor de Dios en la vida de todos los días;
“tanto amo Dios al mundo que a su propio hijo”, dice el evangelio de Juan. Los
evangelios nos dan la buena noticia histórica de nacimiento de Jesucristo en un
pesebre en la peri ferie de un pequeño pueblo , que salvo ciertos pastores, sin
embargo fue humilde inicio de una presencia que va mas allá de las fronteras
del mundo cristiano y se extiende a la humanidad entera, hermanándonos en lo
mas profundo de nosotros mismos. Entre otras cosas, eso nos hace responsables
los unos de los otros, lo expresa la pregunta de Dios a Gain, en las primeras
paginas de la biblia ¿dónde esta tu hermano?, fraternidad que se arraiga en la
filiación, todos somos hijas e hijos de Dios.
La relación y
solidaridad con el otro nos hace seres humanos auténticos por ello la paz, que implica integridad y
concordia, es un tema navideño. Esa es la razón de su intimo vinculo con la
justicia en tanto reconocimiento de la dignidad y derechos de toda persona, sin
justicia no hay paz dice, a cada paso la biblia. Solo se acoge el don de amor
de Dios que recuerda la navidad en la medida en que inspira una vida marcada
por el compromiso y servicio hacia los otros, en particular hacia los más
pobres y olvidados. La navidad no es una breve pausa de paz, una puesta en
paréntesis, en medio de la indiferencia ante la postergación y el sufrimiento
de tantos de nuestros hermanos, sobre todo de aquellos que Jesús considera sus
preferidos, como el papa francisco no cesa de repetirnos y también las otras
iglesias.
La navidad así mismo,
un tiempo de esperanza. Algo que parecería ir a contra corriente del curso
presente de la historia, ante la pobreza y la marginación de personas y
pueblos, el hambre de mil millones de seres humanos en el mundo actual, una
desigualdad creciente en nuestro país que hace que el presente desarrollo
económico reserve migajas para los mas pobres, que salen de la miseria y poco
después regresan a ella y todo a pie, según a los volubles datos estadísticos,
en el desconocimiento del derecho de los pobres a tener los mismos derechos (y
no todos económicos) que todos los demás, sin que se respete la dignidad
humana. En esas condiciones ¿Cómo vivir la alegría de que hablamos? ¿Cómo
encarnar la esperanza en nuestra realidad? ¿Cómo hacer que la Navidad sea un
motivo de “alegría para todo el pueblo”, según afirma el evangelio de Lucas?
La esperanza es, en
primer lugar un don de Dios, un don que debe ser acogido creando en la
historia, en nuestro mundo, en la vida de todos los días, razones de esperar:
ello supone compromisos realistas y transformadores de situaciones que no
corresponden a las exigencias del Evangelio. Desde la primera navidad no es
posible separar la historia humana de la fe cristiana.
Cuando a Jesús le
preguntaban donde vivía respondía que lo siguieran y lo vieran ellos mismos; si
lo interrogaban por su identidad, decía vean mis obras, obras de compasión, de
misericordia, es decir con el corazón puesto en el mísero, en el pobre, el
sufriente, el insignificante. Y con ternura como dice y con mucha razón, el
Papa Francisco.
Por su parte esperar
no es guardar pasivamente, debe llevar al empeño de forjar activamente razones
de esperanza, en nuestro caminar.
Y dar cuenta de ello.
La esperanza en el amor de Dios es una vivencia que no se confunde con una
utopía histórica o un proyecto social; pero puede ser factor, entre otros, que
los genere en la medida en que ellos permiten encontrar los caminos concretos
para llevar acabo la voluntad de construir una sociedad justa y fraterna. No
hablamos de una esperanza fácil, pero por frágil que pueda parecer, en algunos
momentos, es capaz de echar raíces en el mundo de la ignorancia social, en el
mundo del pobre, de encenderse, a un en medio de situaciones difíciles y de
mantenerse viva y creativa.
Evitemos que el
consumismo de estos días consuma nuestro testimonio del mensaje de fe y amor
por toda persona y en particular por los que sufren pobreza y olvido, que
Jesucristo nos ha legado
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