José De Echave C.
A estas alturas medio país debe haber visto o escuchado
los múltiples avisos del Instituto Libertad y Democracia (ILD) de Hernando de
Soto, en diarios, televisión y radios:
"El problema no es étnico
es económico".
"Soy Bobbi, una indígena
de Alaska. Gerencio una compañía de dos mil
trescientos millones de dólares. Hasta conseguir derechos de propiedad para
controlar nuestros recursos y empresas para organizarlos, nuestras
comunidades esquimales eran pobres".
trescientos millones de dólares. Hasta conseguir derechos de propiedad para
controlar nuestros recursos y empresas para organizarlos, nuestras
comunidades esquimales eran pobres".
"Soy Irene, una indígena Bora de la selva peruana. No tenemos propiedad
sobre nuestros territorios ni podemos hacer empresas fácilmente. Somos
pobres".
El ILD ha presentado el estreno del documental: "El misterio del capital de los indígenas amazónicos". Con este material, De Soto y compañía proponen un debate sobre un tema que se ha venido analizando en el país, a raíz de los últimos conflictos que involucraron a comunidades campesinas y nativas.
Los anuncios del ILD han estado precedidos por presentaciones públicas del abogado Enrique Ghersi (ex congresista del Movimiento Libertad de Vargas Llosa y coautor del Otro Sendero, con De Soto y Mario Guibellini). Ghersi ha planteado abiertamente que las comunidades deben tener el derecho de la propiedad superficial y del subsuelo y, al igual que por ejemplo un ciudadano texano, si mañana o pasado se encuentra petróleo en su propiedad, pues el verá con quién se asocia, a quién la vende, etc. Resuelto el problema de propiedad del subsuelo -según Ghersi-, los conflictos desaparecerán casi por milagro.
Hasta aquí las coincidencias aparentes con las propuestas que, por ejemplo, tienen las propias organizaciones indígenas del país e incluso algunos organismos no gubernamentales. Sin embargo, no está demás precisar que la propuesta de Ghersi, De Soto y el ILD, termina afirmando la idea fuerza del anuncio: "el problema no es étnico, es económico". El mensaje, además, es "la propiedad privada lo resuelve todo".
De Soto adorna esta idea con una suerte de generalidades
que por supuesto difícilmente alguien podría estar en contra: “las comunidades
no son piezas de museo”; las comunidades quieren desarrollo”; “quieren ser
propietarios”; “quieren desarrollar experiencias empresariales exitosas”;
etc
Por supuesto que las comunidades
necesitan y desean desarrollarse y nadie quiere que se los considere como
piezas de museo. Eso no está en discusión. Sin embargo, la propuesta del ILD en
realidad apunta a un escenario claro y abierto de desregulación; de acuerdo
predominante entre privados; cuanto menos presencia del Estado será mejor, así
se simplifican las cosas, etc.
Pero como saben que en el
fondo la propiedad no resuelve el tema de las asimetrías, las cosas siempre
terminarán siendo favorables para el actor más más organizado; con mayores
recursos y mayor capacidad de incidencia, etc. No estaría demás repasar las
experiencias de parcelación de tierras que se han producido en la Costa peruana
en las últimas décadas: el acceso a la pequeña propiedad individual no ha
beneficiado necesariamente a los parceleros de la Costa y más bien terminó
convirtiéndose en el escenario ideal para un proceso de concentración de
tierras sin precedente; incluso mayor al escenario previo a la reforma agraria.
Esto no quiere decir que las
cosas se tengan que quedar estáticas; se necesitan cambios urgentes; pero el
tema no responde a la simplificación extrema que presenta el diagnóstico del
Instituto Libertad y Democracia. Ni la realidad de las comunidades de Alaska,
ni de las comunidades amazónicas del Perú, son como las presenta De Soto, que
cede fácilmente a la tentación de establecer definiciones de categorías desde
una visión profundamente
occidental, que no reconoce diversidades, cosmovisiones, ni derechos, más allá
del argumento económico.
En todo caso el debate está
abierto y tiene varias aristas. Algunas consideraciones para comenzar a
abordarlo (por supuesto no son las únicas y hay muchas más):
- Es evidente que el problema no es únicamente económico. También es social, cultural, ambiental, etc. Puesto de otra manera, es un tema de derechos; de derechos económicos, sociales, culturales y ambientales.
- ¿Acaso algunas empresas mineras
y de hidrocarburos, no se han dado cuenta, hace bastante tiempo, que el
problema no es exclusivamente económico? ¿Ya no superaron esa etapa? ¿No es esa
la experiencia de Antamina, y Tintaya en el Perú y muchas más? ¿La propuesta
del ILD no plantea acaso un serio retroceso conceptual que puede tener efectos
contrarios, precisamente, a
la agenda de desarrollo y de derechos en el país?
- Al margen del debate sobre la
propiedad del subsuelo, no se puede perder de vista el carácter integral de la
problemática: ¿cómo queda por ejemplo la agenda ambiental en la propuesta de De
Soto? ¿Cómo queda la necesidad de planificar el uso sostenible del territorio y
los recursos? ¿La necesidad de enfrentar los retos del cambio climático, etc.?
¿Cómo la sociedad y el país entero, avanza en función de objetivos nacionales
de desarrollo?
En todo caso estos temas ya están colocados para una discusión que está abierta y que sin duda va a marcar el próximo período, incluido el debate en la campaña electoral. No está demás señalar que el mérito no es necesariamente del Instituto Libertad y Democracia: hace bastante tiempo lo habían colocado las comunidades y sus organizaciones representativas, AIDESEP, CONACAMI y muchas otras más, tan denostadas y desatendidas por los que ahora le rinden pleitesía a De Soto. ...
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